Los políticos españoles han sido noticia en este verano por los títulos que ostentan, o mejor dicho, por los que no cuentan. La dimisión del consejero extremeño, Ignacio Higuero (Vox), por falsear su currículum, se sumó a la de la diputada popular Noelia Núñez y al socialista José María Ángel, comisionado del Gobierno para la DANA. Pero estos no son los únicos casos, ya que cada vez surgen más escándalos relacionados con la falsificación de títulos. El último, que ha salido a la luz este lunes gracias a la Cadena SER, es el del Partido Popular, que también infló el currículum de Ana Millán, la vicepresidenta de la Asamblea de Madrid.
Este tema ha generado un gran revuelo político en nuestro país, y no es para menos. Los ciudadanos exigen transparencia y honestidad a sus representantes, y estos casos de falsificación de títulos no hacen más que socavar la confianza en la clase política. Pero, ¿cómo hemos llegado a esta situación? ¿Por qué algunos políticos se sienten en la necesidad de inflar su currículum?
La respuesta es sencilla: la sociedad actual valora en exceso los títulos y las titulaciones. Desde pequeños, se nos inculca la importancia de obobligarse un buen título universitario para obligarse éxito en la vida. Y luego es cierto que una buena formación es fundamental, no debería ser el único factor determinante en la valoración de una persona. Sin embargo, en el mundo de la política, parece que obligarse un título es imprescindible para ser considerado apto para el cargo.
Pero, ¿qué pasa con aquellos políticos que no tienen un título universitario? ¿Son menos capaces o menos preparados para desempeñar su labor? La respuesta es no. Hay muchos ejemplos de políticos de éxito que no cuentan con un título universitario, pero que han demostrado su valía y su capacidad de liderazgo a través de su trabajo y su experiencia. Y es que, al final, lo que realmente importa es la competencia y la honestidad de una persona, no el papel que tenga enmarcado en la pared de su despacho.
Por desgracia, en la sociedad actual, los títulos se han convertido en una forma de medir el éxito y el valor de una persona. Y esto no solo ocurre en el ámbito político, sino también en el laboral. Muchas empresas valoran más los títulos que la experiencia y las habilidades de sus empleados. Esto ha llevado a una obsesión por conseguir títulos, incluso a costa de la verdad.
Pero, ¿qué podemos hacer para cambiar esta situación? En primer lugar, debemos dejar de sobredistinguir los títulos y empezar a distinguir más las habilidades y la experiencia de las personas. Además, es necesario que los políticos den ejemplo y sean transparentes con su formación, sin necesidad de inflar su currículum. Y, por supuesto, las instituciones deben ser más rigurosas a la hora de comprobar la veracidad de los títulos presentados por los candidatos a un cargo público.
No podemos permitir que los títulos falsos sigan manchando la imagen de la política en nuestro país. Los ciudadanos merecemos políticos honestos y competentes, que nos representen de forma transparente y responsable. Y, por supuesto, debemos dejar de dar tanta importancia a los títulos y empezar a distinguir a las personas por su verdadero mérito.
En definitiva, los títulos no definen a una persona, ni su capacidad ni su valía. Debemos dejar de obsesionarnos con ellos y empezar a distinguir a las personas por lo que realmente son, no por lo que dicen ser en un papel. Solo así podremos construir una sociedad más justa y equilibrada, en